Se pueden distinguir Etapas en la relación con la Vocación.
• La primera etapa es de descubrimiento.
• La segunda etapa es de discernimiento.
• La tercera etapa es de integración.
1. Descubrimiento: La primera etapa comienza cuando uno descubre que vivir es un arte, que no necesariamente tiene que recorrer caminos trazados por otros, que puede trabajar en el conocimiento de sí mismo y forjar su destino en relación con una realidad que trasciende sus objetivos inmediatos. Se despierta su interés por temas nuevos, no vinculados con el deseo de alcanzar posiciones, tener y gozar más, sino con el de alcanzar paz interior, mejor comprensión y, especialmente, con el de dar sentido a su vida.
Si bien este paso abre un vasto campo de experimentación y de descubrimiento, también marca una división entre los intereses relacionados con la vida habitual del ser humano y los de la nueva vida que vislumbra en su interior: lo material por un lado y lo espiritual por otro. Esta dualidad que uno crea con su actitud es buena en un principio, porque le da la fuerza del dogmatismo para cambiar sus hábitos y orientar sus esfuerzos hacia un fin más noble y trascendente que el de la autosatisfacción.
2. Discernimiento: todavía no sabe cómo integrar las dos fuerzas opuestas que lo mueven: sus verdaderos anhelos por un lado y su naturaleza instintiva por el otro. Sólo lo sostiene su creciente capacidad de discernir. Esta etapa se caracteriza por la reflexión y el estudio que uno hace de sí mismo. Su vocación le exige revisar todos y cada uno de sus actos, sentimientos y pensamientos para ver si se adecuan o no al cumplimiento de su ideal.
El alma se sacrifica por su ideal; pero todavía no lo ama por sobre todas las cosas. A pesar de las constantes tentativas para responder a su vocación todavía es presa fácil de las reacciones negativas y del desaliento.
El arte de vivir muchas veces lleva a contrariar deseos muy arraigados. Por ello, si bien la vocación espiritual no crea dificultades, hace evidentes los aspectos personales que es preciso superar para desenvolverse. Uno va descubriendo esos aspectos en la medida en que trata de vivir de acuerdo con su vocación.
Cuando el ser humano comprende que la hesitación es regresión, que no puede paralizarse a la espera de una intervención milagrosa que lo haga libre, cuando decide hacerse totalmente responsable de su desenvolvimiento y al mismo tiempo acepta los designios de la Providencia, entra en la tercera etapa de la realización de su vocación.
3. Integración: La vocación no elimina la incertidumbre ni el dolor de la vida, pero enseña a vivir con más sabiduría y a enfrentar el sufrimiento de manera que incluso las circunstancias que parecen más desfavorables produzcan el florecimiento de las mejores posibilidades humanas.
El alma comprende recién en esta etapa que vivir la vocación no le roba tiempo. Al contrario, multiplica su tiempo por la sabiduría con que elige sus prioridades, por la armonía y sensatez con que organiza el día, por su capacidad de estar donde debe estar, de atender a lo que hace, de generar en cada momento los sentimientos que despiertan las respuestas más nobles y beneficiosas para todos.
La realización de la vocación no tiene un punto final en el que se pueda decir “He cumplido.” La vocación implica una forma de vivir que desarrolla la capacidad de ser dueño de sí mismo, de estar al servicio de todos los seres humanos y de expandir continuamente la conciencia.
Las almas que hacen de su vocación su arte de vivir se muestran sencillas y naturales, sin pretensiones de realizaciones extraordinarias. Por eso pueden mantener espontáneamente una relación amable y fructífera con todos los seres humanos, a través de la cual trasmiten su paz y sabiduría.