Nuestra Fundadora Madre Leonor Baqueriza Figueroa O.P
Fotografía de Madre Leonor Nuestra Fundadora tomada el 8 de agosto de 2013
Madre Leonor Baqueriza Figueroa O.P es la fundadora de Nuestra Congregación de Hermanas Dominicas de la Doctrina Cristiana.
Madre Leonor Baqueriza nació el 1º. De mayo de 1922 en México D.F. Sus padres Guillermo y Emma. Su padre dedicado a la fotografía en distintos aspectos y actividades. Viajaba mucho, con la familia en el desempeño de su trabajo. Tuvieron tres hijas: Ma. Elena, Aurora y Leonor, que fue la mayor. Leonor fue la compañera inseparable de su padre, que en los viajes más cortos la llevaba consigo, mientras su madre esperaba su regreso con las dos hijas menores: Aurora y Ma. Elena. Tanto su padre como su madre fueron muy sensibles al dolor de sus hermanos los pobres y los ayudaban siempre que podían. Las hijas siguieron ese buen ejemplo. No tenían ninguna religión ya que su padre tampoco practicaba ninguna, aunque creía en Dios. Su padre murió muy joven, al estar su madre fuera de México visitando a unos familiares. Quedaron solas las tres hermanas. Leonor tenía un poco más de doce años. Una familia recogió a las huérfanas, internando a las dos menores mientras Leonor estudiaba la secundaria, comercio y contabilidad, en forma simultánea. Tenía buenas aptitudes para el estudio y era trabajadora, así que ayudaba también a los quehaceres domésticos en los días y horas en los que no estaba en el colegio. Terminados sus estudios consiguió trabajo. También en sus ratos libres se dedico al deporte y a otras actividades artísticas que le gustaban. A los 20 años se caso. A los 21 nació su única hija, Leonor. Enfermo de gravedad su esposo y murió cuando Leonor tenía 24 años y su hijita 3. Con este motivo se fue a vivir con la familia, la madre de Leonor y sus dos hermanas. Su hermana Aurora se preparaba para casarse, su novio era cristiano y le proporciono los evangelios para leerlos. Vivian muy cerca de la iglesia de san Vicente Ferrer de los padres dominicos en México D.F. y ahí acudía su hermana Aurora a orar y a atender la catequesis. Estableció en su misma casa un centro al que invitaba a grupos de niños, acudían también sus madres que eran ayudadas por la familia. Se trataba de gente muy pobre.
CONVERSIÓN DE MADRE LEONOR.
Cuando tenía un año la hija de Leonor sufrió la enfermedad del sarampión, como la mayoría de los niños, pero como su madre no había tenido ninguna enfermedad cuando niña, entonces se contagio y tuvo que pasar algunos días en cama. Fue entonces cuando su hermana Aurora puso en sus manos un ejemplar de los Evangelios que Leonor leyó con interés. Era reflexiva y prudente en sus decisiones y no se precipito a actuar mientras no estuviera convencida, ni comento nada al respecto. Su hermana Aurora seguía orando y actuando, la invito varias veces a suplirla en la dirección de la catequesis en san Vicente Ferrer y a hacerse cargo de la misma labor en su propia casa. Cuando se avecino la fecha del matrimonio Leonor acepto la invitación de su hermana. Su madre Emma no estaba muy contenta con esto, pues ya había notado el cambio de Leonor , como dedicaba casi todo su tiempo y dinero en atender a las familias pobres, catequizándolas y ayudándoles en la forma que lo necesitaban y ella podía y creía debía hacerlo. Le reprochaba que debía dedicar más tiempo a su hogar, a su hija. Leonor proseguía estudiando, orando y trabajando sin descanso.
EL LLAMADO DE DIOS
El llamado de Dios y el carisma que Dios infundio en Madre Leonor como don y regalo para la Iglesia que primero fue personal y ya madurado para toda la congregación. Le había dado el Señor el don de la fe y la gracia de vivir el dolor de sus hermanos de preocuparse en servirles ayudarles de alguna manera. Había recibido le Bautismo dentro de la Iglesia Católica poco después de la muerte de su padre, junto con sus hermanas, llevada por las personas que las recogieron pero sin preparación alguna sin convencimiento ni conocimiento de lo que se trataba. Esa fe se encontraba, sin embargo, latente en su alma. Era naturalmente inclinada a la oración y contemplación que comenzó a practicar desde muy pequeña con su padre, con quien aprendió a encontrar a Dios en su vida, en la de los demás y en toda la creación.
Cuando conoció a Cristo en los Evangelios y quiso darlo a conocer a los demás para comunicarles la vida que ella había recibido, esa gracia creció de tal manera que sintió la necesidad de comunicarla a otras personas que pensasen, aspirasen a una entrega total a la causa de Dios, de la Iglesia, dentro de la Orden Dominicana que ya había conocido y que también amaba, de la cual formo parte haciéndose terciaria dominica.
En 1945 hizo su noviciado como laica y en 1946 profeso como terciaria en el templo de san Vicente Ferrer en México D.F.
Al fundar varios centros de catequesis en barrios miserables pertenecientes a la Delegación de Tacubaya y Álvaro Obregón en México, conoció más de cerca la miseria humana, y lo que más le dolía era notar la desintegración familiar que era general en aquellas gentes que vivian en forma infrahumana en pequeñas casitas de cartón y trozos de la mina vieja o piedras, cuando no en cuevas formadas por las minas de arena que abundaban en aquellos contornos de la zona poniente de la ciudad de México, D. F.
Leonor nunca había conocido a la religiosas y no tenía idea de lo que esto significaba. Lo único que deseaba era consagrarse al Señor en la transmisión de su mensaje a los pobres ayudándoles también a salir de su miseria material, a que alcanzasen una formación integral que les ayudase a vivir como personas, como familias, maduras en la fe y capaces de ser buenos vecinos entre si y ciudadanos que trabajasen por un México mejor.
Lo comunico a su director espiritual, el P. Joaquín Peñamaría que la observaba y ayudaba con orientación cuando lo consultaba. Leonor tenía capacidad para organizar, emprender todo aquello que la llevase a realizar su ideal. Había invitado a varios catequistas de ambos sexos, algunos terciarios dominicos, que trabajaban con ella, especialmente los fines de semana.
El padre Peñamaría, al escuchar y observar sus proyectos y realizaciones le comento que lo que estaba haciendo era “como una fundación” preguntándole Leonor ¿qué era eso?, le contesto que algo semejante a lo que santo Domingo había hecho: reunirse a vivir en comunidad con otras personas que participaran de su vocación y misión. Ella había pedido a Dios en su oración le mostrase su voluntad a través del P. Peñamaría a quien comunicaba sus anhelos y experiencias, y a través de ello y de los acontecimientos, sintió claramente lo que el señor le pedía, ya que le dio la gracia de ver con claridad y seguridad lo que Él quería que hiciera.
Y así se lanzo a pedir las autorizaciones debidas a fin de constatar aquello que habría que hacer en el nombre del Señor, los dominicos en la persona de su vicario provincial en México el Excelentísimo Arzobispo de México P. Fr Claudio Fernández, O.P. acogen con interés la experiencia que comenzaba, y el representante de la Iglesia en México, Excmo. Arzobispo de México D. Luis Ma. Martínez, bendijo la obra y la aprobó constituyéndola en Pía unión que comenzó su vida con una semana de retiro y oración al final de la cual, el día 8 de agosto de 1948 tomaron el santo habito dominico las jóvenes terciarias dominicas para comenzar su vida religiosa en una pequeñísima casita que Leonor había construido muy cerca del templo de san Vicente Ferrer y en donde se reunió con otras dos terciarias dominicas que solicitaron ser admitidas en la aun incipiente fundación.
La primera que se unió a Leonor fue Carolina Delgado, que colaboraba con ella en la catequesis; y después María Otero, que se unió al grupo mismo de la fundación. Aquella había invitado a dos compañeras que pronto abandonaron la comunidad.
El propósito de la fundadora era vivir muy pobremente a imitación y en seguimiento radical de Cristo y así, desde el principio, la casita solo tenía un catre de lona para cada hermana, una mesa y seis banquitos de madera y lo necesario para hacer y tomar los alimentos.
Había pedido al Señor le mostrase su beneplácito con esta obra sustentándola de limosnas que no faltaron para que las jóvenes religiosas prosiguiesen lo comenzado con gran confianza en la providencia de Dios y crecientes deseos de extender su reino en la tierra con su apostolado entre sus hermanos más pobres, dentro de la Iglesia y la Orden Dominicana que desde el principio las acogió como miembros suyos.